Capítulo 8

 

Aquello no terminó sólo con un beso. Y Tallie se alegró de ello. Se dijo a sí misma que algún día lo lamentaría, pero incluso mientras iba camino del dormitorio en los brazos de Elias, lo que realmente decía su cerebro era «Sí, sí, sí».

Y quizá también lo dijeran sus labios. No, sus labios estaban ocupados besando aquel cuello suave y fuerte. Entonces la dejó suavemente sobre la cama, pero no se tumbó a su lado, sino que puso una mano a cada lado de su cuerpo y la miró fijamente.

—Esto es una locura —murmuró.

—Lo sé —dijo Tallie.

Seguramente era la mayor locura que Tallie había hecho en su vida. Aquel hombre no era Brian, no la amaba del modo que lo había hecho Brian. Aquello no tenía nada que ver con el amor, era más bien un nuevo despertar a la vida, volver a sentir y a desear a alguien.

Nada más.

Sabía que él sentía lo mismo. Después de la conversación con Cristina, lo conocía mucho mejor. Ella le había explicado por qué Elias se enfadaría tanto ante la idea de que ella fuera a casarse con Mark.

—Mi hermano cree que el matrimonio no puede funcionar —le había explicado

—. Estuvo casado una vez con una verdadera bruja. La llamábamos «la mujer de hielo». Era posesiva y exigente y nos odiaba a todos. Sólo quería tener a Elias… y la empresa. Pero resultó que Antonides Marine estaba en crisis y cuando Elias se vio obligado a dedicar todo su tiempo a sacarla de la crisis, ¡ella se largó! —le había contado Cristina con rabia—. Desde entonces Elias no confía en nadie y no cree en el amor.

Tallie sí creía en el amor porque lo había vivido con Brian, pero no esperaba volver a sentirlo. Después de su muerte se había hecho de hielo. Pero últimamente ese hielo había comenzado a derretirse, sus hormonas habían resucitado con la atracción que sentía hacia Elias.

Su físico era desde luego impresionante, pero había algo más en él que la atraía de igual modo. Su energía, su determinación y su bondad. Sí, Elias Antonides era un hombre bueno que se desvivía por ayudar a su familia, igual que había hecho el viernes con ella. Había pasado toda la noche a su lado y había tenido la nobleza de rechazar lo que ella le ofrecía gustosa. Era bueno y esa bondad iba acompañada de un cuerpo que lo convertía en una tentación imposible de resistir.

Tallie lo había intentado, había hecho todo lo que había podido para resistirse.

Hasta había salido con Martin. Pero nada había funcionado. Aquello le hizo recordar lo que siempre le decía su padre, que no servía de nada dar la espalda a los problemas porque siempre volvían con más fuerza.

Elias estaba mordisqueándole el cuello cuando ella se echó a reír sin darse cuenta y, al notarlo, él levantó la mirada.

—¿De qué te ríes?

—Me estaba acordando de algo que siempre me dice mi padre.

—¿Estás pensando en tu padre? —preguntó alejándose, sorprendido por su respuesta.

Tallie le besó la mandíbula, donde podía sentir que estaba apretando los dientes.

—Sólo un momento, pero olvídalo —antes de que pudiera seguir alejándose, tiró de él y empezó a besarlo una vez más.

Elias se resistió sólo un momento, después se tumbó a su lado y se dejó llevar por la misma pasión que la consumía a ella también. Tallie lo recibió con los brazos abiertos. Empezó a desabrocharle la camisa para poder tocar su pecho, él sin embargo no se molestó en desabrocharle la blusa, sino que coló las manos por debajo de la tela y empezó a acariciarle el vientre.

Tenía las manos ásperas, manos de hombre trabajador, no de ejecutivo. Ya se había fijado antes, pero hasta ese día no había sabido el origen de esa aspereza.

Cristina le había explicado que Elias había hecho la mayoría del trabajo de remodelación del edificio y todo lo que había en su apartamento, incluyendo los maravillosos muebles de madera de la cocina.

Una manos con talento para la madera… y para ella, unas manos que la hacían estremecerse a cada paso.

Se quitó la camisa y después hizo lo mismo con su blusa para poder empezar a besarle los hombros y los pechos. Tallie sintió un escalofrío intenso como una descarga eléctrica.

—¿Tienes frío? —le preguntó sin apartarse ni un milímetro.

—No, estoy ardiendo.

Le acarició la espalda suavemente mientras él continuaba recorriendo cada centímetro de su torso. Unos segundos después sus bocas volvieron a juntarse y, sin separarse, rodaron por la cama hasta quedar Tallie encima. Entonces Elias aprovechó para despojarla del sujetador. Nada más cayó la prenda, él tomó ambos pechos en sus manos y los observó con deleite antes de besarlos mil y una veces. El cosquilleo de su lengua sobre la piel a punto estuvo de volverla loca de deseo.

—¡Elias! —su nombre salió entre sus labios como si fuera su propia respiración.

El la miró y sonrió, pero no dejó de acariciarle los pechos. Fue bajando después hacia el abdomen y después un poco más abajo hasta que llegó a la cinturilla de los pantalones y se los desabrochó para poder colar la mano y llegar hasta las braguitas, bajo las cuales la encontró ardiente y mojada. La tocó de un modo que la hizo gemir de placer y, mientras la acariciaba, su boca se deleitaba en el sabor de sus pechos, de sus pezones endurecidos. Tallie sintió cómo su cuerpo se ponía en tensión.

Hacía mucho tiempo.

Y sin embargo no estaba preparada, se resistía a aceptar la liberación que él le ofrecía. ¡No! Todavía no.

Rodó hasta quedar tumbada a su lado, pero no para alejarse pues lo deseaba demasiado, quería llegar hasta el final, pero antes quería hacerle arder de pasión como él había hecho con ella.

Empezó a besarle los brazos, después los hombros y el pecho mientras sus manos recorrían su piel ardiente.

—Tallie —susurró él.

—¿Sí? ¿Necesitas algo?

—A ti.

—A mí ya me tienes —lo miró a los ojos y sonrió. Él también sonrió y lo hizo de un modo que le dio alas para continuar explorando su cuerpo, esa vez por debajo de la cintura.

Elias se estremeció cuando su boca le rozó la pelvis.

—¡Tallie!

Ella no respondió, continuó besándolo mientras colaba la mano por debajo de los calzoncillos para sentir su piel dura, caliente. Exploró su longitud, haciendo que él arqueara las caderas y gimiera de placer.

—¡Para! Espera…

Tallie obedeció y Elias le agarró la mano y le besó los dedos uno a uno, los mordisqueó y los chupó. Terminaron de quitarse el resto de la ropa, lo cual en el caso de Tallie, era una complicación añadida por culpa de la escayola, pero Elias la despojó de los pantalones sin dificultad, con maestría.

—Increíble —susurró ella—. Lo haces todo bien.

Él se echó a reír con picardía.

—Me alegra que lo pienses.

Sin necesidad de que ella se lo pidiera, Elias se puso el preservativo y después volvió a ella, a los brazos que ella le tendía ansiosa por sentirlo dentro de su cuerpo.

Cuando por fin se sumergió en ella y empezó a moverse, Tallie se movió con él de manera instintiva, instándolo a adentrarse aún más, aún más fuerte. Hasta que comenzó a estremecerse y él con ella. Y dejaron de estar separados.

Se convirtieron en uno.

Tallie no había esperado algo así. Eso era lo que había sentido con Brian… como si sus cuerpos y sus almas se fundieran.

Se había sentido tan sola y tan vacía sin él. Aun así se había acostumbrado con los años e incluso se había refugiado en esa soledad, porque era menos peligroso que amar, que dejar que volviera a importarle alguien.

Mucho se temía que Elias Antonides empezaba a importarle mucho.

Y eso era peligroso y muy imprudente.

No había servido de nada.

Había hecho el amor con Tallie Savas para sacársela de la cabeza. Para dejar de ver su imagen cada vez que cerraba los ojos. Para dejar de pensar en ella y desearla cada minuto del día…

Pero sólo unos segundos después de haber estado dentro de ella, había vuelto a desearla con la misma intensidad. Hacer el amor con ella no había mitigado su deseo, más bien al contrario; lo había aumentado porque ahora sabía lo que podía llegar a sentir estando con ella. Quería volverla loca, sentir su cuerpo responder a él, sus uñas clavándosele en la espalda mientras alcanzaba el clímax. Quería sumergirse de nuevo en esa sensación que era lo más cerca que había estado nunca de sentirse pleno.

¡Y al mismo tiempo deseaba salir corriendo!

Tallie Savas no era para él. Se lo había dicho una y mil veces y aun así no había conseguido actuar en consecuencia.

¿Qué demonios le ocurría? Desde el divorcio, se había acostado con un buen número de mujeres y nunca, jamás, se había quedado despierto pensando qué pasaría después. Y sin embargo allí estaba, tumbado junto a Tallie, mirando al techo mientras ella dormía, tranquila y, con suerte, satisfecha.

Para él había sido una experiencia increíble, una mezcla de ternura y pasión.

Jamás había sentido algo así.

Quizá por eso deseaba más. Más sexo, eso desde luego, pero también algo más… Eso era lo que más le irritaba. Quería algo más aun sabiendo que era un error.

Todo era culpa de Nikos Costanides, decidió entonces. Verlo tan feliz junto a su mujer le había hecho recordar lo que había deseado en otro tiempo, todo lo que debería haber conseguido con Millicent. Y como se sentía atraído por Tallie, había centrado en ella todos esos deseos.

Era lógico.

Pero debía recordar que cuando se amaba a alguien, uno se abría y dejaba que pudieran destrozarlo por dentro, como había hecho Millicent con él.

Tallie debió de sentir que estaba inquieto porque se dio media vuelta hacia él y se acurrucó a su lado. Al sentir sus labios rozándole el pecho y el olor de su champú, Elias creyó que iba a volverse loco de deseo.

Pero no era amor, se aseguró a sí mismo. Sólo atracción, pasión animal, una especie de liberación que ambos habían necesitado después de tanto trabajo y de la noticia de Cristina.

Estaba seguro de que también Tallie lo veía de ese modo. De hecho, no parecía preocupada por lo que habían hecho. No, claro que no. Sin embargo él sí lo estaba y, si no se levantaba inmediatamente, acabaría despertándola y haciéndolo otra vez.

Se metió a la ducha con la esperanza de no tener que enfrentarse a ella antes de ir a trabajar, pero cuando salió del baño, Tallie ya estaba despierta.

Afortunadamente, tampoco ella parecía querer comentar lo ocurrido, así que Elias se limitó a ofrecerle un café y algo de desayunar.

—Tienes una casa preciosa —le dijo ella, ya en la cocina, frente a una taza de café y una tostada.

—Sigo trabajando en ella.

—Ya me dijo Cristina. ¿Así que tú hiciste todo esto? —preguntó señalando los muebles y la encimera de la cocina.

—Sí, todo lo que hay de madera en la casa.

—¿Y qué haces perdiendo el tiempo en Antonides Marine?

Elias frunció el ceño y la miró directamente a los ojos por primera vez desde que había salido del baño.

—Lo siento. No quería decir que fuera una pérdida de tiempo. Es que… esto es tan bonito. Mucho más que las fusiones y adquisiciones —afirmó al tiempo que pasaba la mano por la brillante madera—. Y es evidente que te encanta hacerlo —

añadió con una sonrisa de comprensión.

Elias no quería que ella le comprendiera porque eso dificultaba poner en práctica su decisión de mantener una relación superficial.

—No tengo tiempo —se limitó a decir—. Además, no se puede vivir de esto.

—Yo estoy segura de que sí podrías. Mucha gente mataría por tener algo así de bonito en sus casas.

—Puede que mataran, pero no creo que pagaran —contestó Elias, aunque una vocecilla en su cabeza le decía que Nikos Costanides sí vivía de ello y la gente le pagaba y bien—. Sólo es una afición. Tengo cosas más importantes que hacer.

—Antonides Marine —adivinó ella.

—Exacto. Y no pienses que voy a dejártelo todo a ti —dijo él, sin saber por qué aquella conversación le hacía ponerse en tensión.

—No puedes, si quieres recuperar la casa.

—Es cierto —todo era por culpa de esa maldita apuesta. Incluso la intimidad que habían compartido durante la noche no era más que una consecuencia de una maldita apuesta—. Debería irme —dijo mirando la hora—. Desayuna tranquila.

Dio un último trago de café que le abrasó el estómago y después pasó junto a Tallie camino de la puerta.

—No pretendía ofenderte, Elias —dijo ella cuando estaba a punto de salir.

Él se detuvo frente a la puerta y se volvió a mirarla, intentando olvidar la noche anterior y recordar que ahora volvían a tener una relación estrictamente profesional.

—Lo sé.

—Me alegro —hizo una pausa—. En cuanto a lo de anoche…

Elias esperó conteniendo la respiración.

—Estuvo… bien —dijo con las mejillas sonrojadas.

—¿Bien?

—Más que bien —corrigió con evidente nerviosismo—. Gracias.

Dios. ¿Qué se suponía que debía contestar a eso? ¿Gracias a ti?

Se limitó a asentir torpemente.

—Bueno, me voy. Tendremos la reunión sobre Corbett en cuanto llegues.

—Muy bien. ¿Podrías decirle a Mark que voy a llegar un poco tarde?

—¿A Mark?

—Tu futuro cuñado.

—Creí que la boda no era hasta las dos.

—Así es, lo que quiere decir que puede trabajar hasta esa hora.

—¿Qué? —Elias abrió los ojos de par en par, incapaz de creer lo que oía—. No habrás…

Tallie se encogió de hombros, encantada.

—Sí. Lo he contratado.

—Anoche me quedé trabajando hasta tarde —se disculpó ante Rosie y Dyson cuando llegó a la oficina a eso de las nueve y media. Sólo esperaba que no la hubiera delatado el rubor de las mejillas y que nadie se diera cuenta de que llevaba la misma ropa del día anterior—. ¿Dónde está Paul? —preguntó en lugar de preguntar por Elias que le habría resultado más comprometedor.

La puerta de su despacho estaba cerrada y no se oían gritos, así que o había matado a Mark, o las cosas no iban tan mal entre ellos.

—Han ido a reunirse con un publicista —respondió Rosie.

—¿Un publicista? —preguntó Tallie enarcando las cejas.

—Es alguien que Mark conocía de las carreras. Dijo que quizá pudiera ayudar a promocionar la línea de embarcaciones de recreo.

—¿De verdad? —era mejor de lo que se habría atrevido a esperar.

Después de decirle que había contratado a Mark, Tallie había tratado de explicarle a Elias por qué creía que era buena idea. Le había dicho que serviría para demostrarle a su hermana que contaba con su apoyo y que confiaba en su futuro esposo, y además podría tenerlo controlado, como bien había dicho Elias. Por otro lado, Mark estaba acostumbrado a competir en las regatas, por lo que podría ayudar a desarrollar una línea de embarcaciones de recreo.

Había tenido que insistir en que nada tenía que ver con los yates de lujo que había pretendido comercializar su padre y que merecía la pena tenerlo en cuenta.

Elias se había limitado a gruñir algo y se había marchado sin decir nada más, por lo que Tallie no habría podido imaginar que lo había convencido. Quizá, contra todo pronóstico, había sido Mark el que lo había convencido.

Otro factor positivo era que la ausencia de Elias haría que la mañana fuera más fácil de sobrellevar. Tallie no estaba acostumbrada a despertar en casa de un hombre, ni siquiera estaba acostumbrada a dormir con nadie. En toda su vida, sólo había hecho el amor con Brian y había llegado a resignarse a la idea de que no volvería a acostarse con nadie.

Pero lo había hecho, y con Elias Antonides ni más ni menos.

Lo cual sin duda había sido un gran error. Se había acostado con un hombre que no deseaba tener ningún tipo de relación seria y, aun así, Tallie estaba dispuesta a volver a hacerlo. ¿Sería así como empezaban las aventuras?

Justo en ese momento un golpecito en la puerta la hizo sobresaltarse. Levantó la mirada y se encontró con un pirata de pelo negro.

—¡Theo! —exclamó, atónita—. ¿Qué haces aquí?

Hacía meses que no veía a su hermano.

—Voy de camino a Newport —dijo él, dándole un fuerte abrazo—. Tengo que probar un barco que voy a llevar a España, si es que me gusta. He llamado a papá desde el aeropuerto y me ha dicho que podría encontrarte aquí. ¿Qué demonios estás haciendo aquí? —bajó la mirada y vio la escayola—. ¿Qué te ha pasado?

—Perdí una batalla con un camión.

Theo la miró, horrorizado.

—¡Podría haberte matado!

—Pero no fue así —respondió igual que había respondido a Elias una y mil veces—. Siéntate y ponte cómodo para que puedas contarme qué haces en la gran ciudad.

Theo se sentó frente a ella, pero no apartó la mirada del enorme ventanal del despacho.

—Vaya vista, Tal.

—Pues te lo debo todo a ti.

—¿A mí?

—Tengo este trabajo gracias a una carrera que ganaste —le recordó—. Contra Aeolus Antonides. La misma carrera en la que ganaste una casa… al menos durante dos años. Tú conseguiste la casa y yo la presidencia de Antonides Marine.

—¿Ese sinvergüenza te puso de presidenta? —Theo meneó la cabeza y torció el gesto—. Bueno, al menos salió algo bueno de todo eso.

—¿Por qué? —le extrañaba que su hermano no se vanagloriase de la victoria y, ahora que lo observaba con detenimiento, parecía nervioso.

—Debería haber rechazado esa casa —le dijo inesperadamente—. Ojalá nunca la hubiera visto.

—¿La casa de Santorini? —Tallie abrió los ojos de par en par—. ¿Has estado allí?

—Sí.

—Tengo entendido que es muy bonita. Elias, el director de la empresa, Elias Antonides —aclaró intentando parecer profesional—… dice que su familia le tiene mucho cariño.

—Así es —dijo con tristeza. Después se puso en pie y comenzó a caminar por el despacho como un león enjaulado.

Tallie lo miró, sorprendida. Normalmente, Theo era la persona más tranquila del mundo, pero ahora parecía alterado y ella nunca lo había visto alterado por nada, ni siquiera por su padre.

—¿Qué tiene de malo la casa?

—No es qué, es quién.

—¿Hay fantasmas?

—¡No seas tonta! Nada de fantasmas, es una chica.

—¿Una niña? —quizá la hija del ama de llaves o algo así.

—No, no es una niña —respondió Theo con ostensible rabia.

—Entonces seguro que podrás controlarla —supuso Tallie riéndose con malicia

—. Utiliza el encanto de los Savas.

Pero Theo siguió yendo de un lado a otro con los puños apretados.

—No me digas que es inmune a tus encantos —siguió riéndose ante la incomodidad de su hermano—. Vamos, Theo, cuéntamelo.

—No, olvídalo. Además, cuando vuelva ya se habrá ido —perdió la mirada en el paisaje que se extendía al otro lado del cristal—. Más vale que lo haya hecho.

Le resultaba extraño ver a su hermano mayor desesperado. Tallie siempre lo había creído dueño de su destino, siempre había tenido la respuesta a los problemas del mundo y siempre había sido su protector.

—¿Estás bien? —le preguntó con sincera preocupación.

—Fenomenal.

—No es cierto. Necesitas hacer algo divertido —ella también necesitaba un poco de distracción para dejar de pensar en Elias mientras él estaba en la boda de su hermana. Tallie había rechazado amablemente la invitación de Cristina el día anterior y ahora se alegraba de haberlo hecho.

Le habría gustado pedir consejo a Theo, pero si él no podía solucionar los problemas de una relación que, sin duda, sería menos complicada que la de ella, tampoco podría ayudarla. Lo que sí hizo fue preguntarle qué hacía cuando necesitaba aclarar sus ideas.

—¿Qué te ocurre? —le dijo él observándola detenidamente.

—Nada. Estoy bien —respondió Tallie mirando hacia otro lado, consciente de su escrutinio—. Sólo intento tomar algunas decisiones. Ya sabes, el trabajo y esas cosas.

—¿El viejo Antonides está dándote problemas?

—No. En realidad sólo estaba aquí simbólicamente. Es su hijo el que dirige…

dirigía la empresa.

—¿Es él el que te está dando problemas? —preguntó como si estuviera dispuesto a darle un puñetazo a Elias si era el caso.

—No, no —respondió rápidamente—. Nos llevamos bastante bien… ahora.

Pero es… complicado —empezaban a arderle las mejillas.

—¿En qué sentido?

—Olvídalo —volvió a bajar la mirada, pero sentía los ojos de Theo sobre ella.

—Necesitamos un barco —decidió él de pronto—. Vamos a tomar un poco de aire fresco, hermanita. Pero puedo decirte algo… papá tiene muchas cosas que explicarnos.

Lo más parecido a un barco que pudieron conseguir fue una barquita de Central Park. En cuanto consiguió subirse y sentarse con el impedimento que suponía la escayola, Tallie se vio obligada a admitir que su hermano tenía razón; navegar, aunque fuera en un lago del parque, resultaba tremendamente relajante.

De pronto las emociones que había despertado la noche que había compartido con Elias le parecían menos intensas. Ahora lo que debía hacer era asimilar que no podía tener ningún tipo de expectativas. Había sido una noche de pasión entre dos adultos. Nada más. Por supuesto que le había gustado, Elias le gustaba mucho; de otro modo no se habría ido a la cama con él. Además, se sentía agradecida hacia él por haberla hecho sentirse viva de nuevo.

Elias le había demostrado que había vida después de Brian y ahora estaba dispuesta a encontrar esa vida. Aunque no fuera con Elias.

Estuvieron en el parque hasta que el sol se ocultó tras los edificios de Manhattan y después fueron a cenar juntos, tras lo cual Theo la llevó a casa y se despidieron con otro fuerte abrazo.

—Cuídate y no hagas nada que yo no haría —le dijo él guiñándole un ojo.

Tallie se echó a reír.

—En otras palabras, tengo permiso para hacer cualquier cosa.

Estar con su hermano la había hecho sentirse tranquila de nuevo, había recobrado el equilibrio y la sensatez… Cosas que perdió en cuanto se abrió la puerta del ascensor y vio a Elias junto a la puerta de su apartamento.